Un día como hoy, 15 años atrás, Britney Spears encumbró su espectro de influencia.
El 25 de octubre de un fatídico 2007, 'Blackout' se posicionó a la vanguardia del pop electrónico y desempeñó, a posteriori, un rol crucial ante la cultura popular de masas.
Abro hilo.
El año 2007 trajo consigo episodios deplorables de sobreexposición mediática para Britney Spears, un fallido ingreso a un centro de rehabilitación y enfrentamientos con los paparazzi.
Un tormento que repercutió, en gran medida, sobre el espíritu desenfadado de ‘Blackout’.
El quinto álbum de estudio de Britney Spears no solo poseyó antecedentes públicos horripilantes, sino que finiquitó un silencio musical de cuatro años.
Su antecesor, ‘In The Zone’, había aglutinado dance y hip hop, en una aproximación en clave pop a la figura de Janet Jackson.
'Blackout' atestiguó su inmersión más genuina en la pista de baile, e integró desenfreno y vulnerabilidad a partes iguales.
Aquella visión se materializó de la mano de Danja y de Bloodshy & Avant, así como de su propia labor como productora ejecutiva.
‘Blackout’ fue inaugurado, promocional y musicalmente, con el mantra más icónico de la historia del pop.
«It’s Britney, bitch!» acarreaba más que una mera declaración de intenciones. ‘Gimme More’, ante todo, conllevó un acto de autodeterminación en un período vital tumultuoso.
‘Gimme More’, la carta de presentación de ‘Blackout’, fue el escudo de electrónica mórbida con el que se zafó de la prensa y de la opinión pública.
Una alucinación de electrónica de baile nihilista y centelleante, tan hipnótica como bizarra.
El segundo corte promocional, ‘Piece Of Me’, deslumbró por razones de índole sónica y temática.
Afronta, quizás, la producción más compleja de ‘Blackout’: una incursión electrónica robusta con un tratamiento vocal robótico, contribuyente a su atmósfera absolutamente marciana.
‘Piece Of Me’ esbozó un retrato autobiográfico que, a la postre, se reavivó a raíz del desmantelamiento de su tutela.
Una exhibición de las miserias de los medios de comunicación que, 15 años más tarde, continúa careciendo de rival en la cultura popular.
Un mérito elemental -e insuficientemente abordado- del elepé reside en su renovación del género disco a través de las corrientes electrónicas más pioneras.
Esta maniobra de sintetizadores burbujeantes y líneas de bajo corrosivas es particularmente apreciable en ‘Radar’.
Su breve estrategia promocional finalizó con su tercer sencillo, ‘Break The Ice’: la prueba más fehaciente de las virtudes de Britney Spears como agente de la renovación del pop, y la ejemplificación más ilustrativa del vanguardismo inherente a la edificación de ‘Blackout’.
Digna de ser tipificada como la pista más espléndida de su discografía, ‘Break The Ice’ conforma el eje sónico de su sexto quinto álbum de estudio.
Cabe señalar su sugestiva ejecución de R&B, enraizada en la electrónica.
‘Break The Ice’, extrapolada al anime surcoreano, integra un coro lúgubre, una interpretación más que idónea y teclados gélidos. Una estratagema de sintetizador de magnitudes siderales, ajena a toda construcción de temporalidad.
Una de las proposiciones más infravaloradas es vislumbrada en la apocalíptica ‘Heaven On Earth’, una magnética invocación de los bucles de sintetizador de Giorgio Moroder, y que emana sofisticadamente de la tradición europea -e italiana- del género disco.
La sexualidad hace acto de presencia, en particular, a través del mórbido y delirante dúo que Danja posibilita en ‘Get Naked (I Got A Plan)’, un distorsionado ejercicio de hip hop electrizante que pone de manifiesto el núcleo sombrío de ‘Blackout’.
La amalgama dubstep de
‘Freakshow’ la designa como la composición más innovadora del disco, y satisface sus ínfulas de modernidad; mientras que la despersonalización vocal de ‘Toy Soldier’ acompasa a la perfección su sucesión de tambores y sus ásperos arreglos electrónicos.
‘Hot As Ice’ encandila por sus armonías y segundas voces, ‘Ooh Ooh Baby’ confiere frescor al R&B electrónico a través de una guitarra flamenca, ‘Perfect Lover’ prolonga la sensualidad hip hop de ‘In The Zone’ a través del sintetizador, y extasía a raíz de su intrépido puente.
‘Why Should I Be Sad’ acoge un manifiesto de reafirmación, relegando a un segundo plano la pista de baile, y reforzando la concepción de su tratamiento vocal, no como mero ornamento, sino como una pretensión de privacidad. Un anhelo de preservación de parte de su timbre para sí.
La edición de lujo presume de una de las gemas más adictivas y neuróticas del catálogo de Spears, ‘Get Back’, que dilata con elementos industriales los influjos hip hop de algunas producciones del largo, resultando así en uno de los desenlaces más apoteósicos de su carrera.
‘Blackout’ hace hincapié en la relevancia del transcurso de los años como variable definitoria para el análisis de productos ‘mainstream’; así como en el flagrante paternalismo con el que, aún a día de hoy, obras maestras del pop femenino continúan sabiéndose descontextualizadas.
A excepción de las cuatro estrellas que le otorgó ‘The Guardian’, la apreciación de los méritos de ‘Blackout’ aconteció a posteriori. Dadas sus contribuciones al inminente estallido de la EDM, escasos años más tarde, su reputación se equiparó a la de los álbumes de culto.
15 años después de su publicación, ‘Blackout’ entraña un emblema acerca de la mediatización de problemáticas de salud mental, así como un punto de inflexión para la reflexión ante las consecuencias psicológicas del estrellato o las vicisitudes morales de la esfera periodística.
‘Blackout’ franquea integralmente la dicotomía entre lo público y lo privado. Una vez que su artífice se supo desprovista de todo margen de intimidad, asumió con honestidad su deriva vital y la plasmó en un proyecto reflector de los obstáculos de su inconmensurable mito.
Lidiar con un escarnio público monstruoso no imposibilitó la cristalización del legado de Britney Spears.
Paradójicamente, ‘Blackout’ arrojó luz sobre el futuro de la música electrónica de baile, y tanto su rastro sonoro como sus matriz conceptual perduran hasta hoy.
‘Blackout’ evidenció la -cuestionada- integridad artística de Britney Spears, con motivo de su producción ejecutiva en uno de los álbumes más transformadores de la historia del pop electrónico. 15 años después, sus contribuciones permanecen rabiosamente vigentes.