Un día como hoy, 11 años atrás, Lana Del Rey concibió el álbum más influyente de la década pasada.
El 27 de enero del 2012, ‘Born To Die’ desdibujó la dicotomía entre la música popular y su vertiente «alternativa», y fundó reclamos estéticos a posteriori imperantes.
Abro hilo.
En un período en el que el estrellato pop equivalía a un despliegue presupuestario de música electrónica de baile, Lana Del Rey comercializó millones de álbumes mediante un encauzamiento lacrimógeno de relaciones de poder, opiáceos e introspección.
Tras incontables esfuerzos por postularse como un fenómeno global, ‘Born To Die’ catapultó a Elizabeth Grant a la fama internacional, a través de un contrato con Interscope Records, el cual fructificó dada la viralización de sus cortes iniciales.
‘Born To Die’ se materializó a través de un bifaz: la extrapolación fidedigna del núcleo artístico de su intérprete, en términos íntimos y simbólicos; el talante cinematográfico que impregnó su dimensión compositiva, deliberadamente melodramática.
El eje estético de ‘Born To Die’ radicó en la prevalencia de la figura de Lana Del Rey sobre sus propias narrativas.
Por ello, en su orbe propio de James Bond, entre vivencias descorazonadoras y sustancias alucinógenas, hallaron un subterfugio infinidad de adolescentes.
La irrupción de Lana Del Rey en la industria fonográfica se amparó en una concepción tradicionalista del pop, conformada por retazos subyacentes a los decenios más recientes de la cultura popular estadounidense, desde Marilyn Monroe hasta Britney Spears.
Dicha confluencia de referentes, entrelazada con su recurrente simbología patriótica, la transformó -inconscientemente, tal vez- en una alegoría de la propaganda cultural de la industria del entretenimiento estadounidense, corporeizada en tanto que diva.
Lana Del Rey erigió su proyección artística mediante una efigie envuelta entre banderas de Estados Unidos, ondeadas al son de una exacerbación patriótica de coyuntura accidentalmente estética, que desembocaría -de manera paradójica- en la atenuación de sus subtextos políticos.
El desolador espectro de emociones retratados a lo largo de su docena de pistas transparentó una pretensión orgánica de desvinculación frente a los reclamos de sus contemporáneas.
El pop había atestiguado el surgimiento de su «antidiva» por antonomasia.
‘Born To Die’ fue el contribuyente que posicionó a Lana Del Rey como una pionera del sad pop y, por consecuencia, confirió plataforma mediática a cuestiones ligadas a la salud mental o a las dinámicas propias de parejas abusivas, entre tantas otras.
La prueba más fehaciente de las repercusiones de su conglomerado artístico y estético reside en la legítima aseveración categórica de que la mera existencia de Lorde, Halsey o Billie Eilish -entre tantos otros referentes- remite inequívocamente a ‘Born To Die’.
‘Born To Die’ devino un emblema de los estratos de Tumblr y una cristalización de la cultura política estadounidense sin precedentes para el arquetipo de «diva» posmoderna, así como un fenómeno de elevado impacto en la esfera pop de sus años venideros.