Un día como hoy, 33 años atrás, Madonna abogó por la cultura LGBTI+ ante las masas.
El 29 de marzo de 1990, ‘Vogue’ propició la popularización del ‘voguing’, la promulgación del género house y la concesión de plataforma mediática a la comunidad cuir racializada.
Abro hilo.
A priori, ‘Vogue’ había sido concebida estrictamente como una cara B para el sexto sencillo de ‘Like a Prayer’, ‘Keep It Together’; no obstante, su equipo discográfico optó por conferirle —a sabiendas de sus perceptibles aptitudes— una envergadura promocional más fastuosa.
La orquestación de ‘Vogue’ se derivó de Shep Pettibone, afamado productor estadounidense, ante un inverosímil e irrisorio presupuesto de 5.000 dólares.
Asimismo, Madonna precisó únicamente de una toma vocal para su grabación.
‘Vogue’ entrañó un portal escapista ante fuerzas opresivas. Un bastión melódico de copiosas grandilocuencias: coros mayestáticos, pinceladas de soul, tambores sugerentes e irrupciones de trompetas en torno a un eje de house envolvente y exento de categorías temporales.
La edición de ‘Vogue’ aconteció el 27 de marzo de 1990, mas su vídeo musical vio la luz a través de MTV el día 29 de dicho mes.
Su dirección correspondió al cineasta David Fincher, a posteriori artífice de ‘El curioso caso de Benjamin Button’ o de ‘House of Cards’.
Su filmación se ejecutó en blanco y negro, en pos de recrear la edad dorada de Hollywood, cuya estereotipia estética posibilitó que Madonna eslabonase el legado cinematográfico de la primera mitad del siglo XX con la cultura popular de la posmodernidad.
El videoclip de ‘Vogue’ aglutinó simultáneamente una impronta ‘art déco’, una sofisticada dirección fotográfica y frenéticas retahílas coreográficas, en un conglomerado que comportaría un cénit audiovisual para los anales de la industria fonográfica.
Sin embargo, el elemento más digno de análisis de su propuesta sónica y estética radicó en su coyuntura sociopolítica.
‘Vogue’, ante todo, edificó una pista de baile subversiva con voluntad de asilo hacia colectivos vulnerados. Una burbuja efímera de hedonismo emancipatorio.
El anhelo de «derramar lágrimas danzando», respecto de ‘Vogue’, se desglosó en subtextos de propensión igualitaria e interseccional, en los que anidaban la propensión hacia la deconstrucción de la masculinidad, la equidad racial y la reivindicación del colectivo LGBTI+.
‘Vogue’ emanó de la fascinación se apoderó de Madonna al adentrarse en la cultura del ‘ballroom’ en una discoteca de Nueva York. A raíz de dicho descubrimiento, decidió rendir homenaje a los espacios de expresión de la esfera ‘underground’ que proliferaban en «la Gran Manzana».
De facto, dos de los bailarines que figuraron en el vídeo de ‘Vogue’ pertenecían a la House of Xtravaganza, una de las agrupaciones de mayor prestigio en el ámbito del ocio nocturno estadounidense del colectivo LGBTI+, focalizada tanto en la danza como en la moda.
La voluntad de conferir visibilidad a aquellos exponentes del ‘voguing’ que la hubieron instruido se encauzó en su participación del ‘Blond Ambition Tour’.
La sordidez fue reemplazada por los focos del espectáculo más influyente de la historia del pop.
La extrapolación de particularidades adscritas a los espacios de ocio de sujetos disidentes han dilatado una retórica acusatoria que deslegitima, ante pretextos esencialistas de falaces apropiaciones, el otorgamiento de plataforma a una comunidad relegada al absoluto ostracismo.
Es de recibo que se formulen lecturas críticas sobre el impune dictamen de la liberalización ante expresiones culturales de otredades; si bien la casuística de Madonna desproveyó de anonimato a aquellos estratos clandestinos en los que se encuadraban los individuos en cuestión.
Madonna auxilió a la comunidad LGBTI+ en un período en el que su espectro se hallaba fracturado ante los márgenes opresores estructurales, la estigmatización en pleno epicentro de la epidemia del VIH y el enraizamiento del paradigma conservador en la opinión pública occidental.
‘Vogue’ devino un inexorable emblema de la música de baile y favoreció su implícita redención tras el terrible paradero de la música disco.
Entre sus múltiples homenajes, sin ir más lejos, cabe señalar su inclusión en ‘El diablo viste de Prada’ (2006).
‘Vogue’, en su disposición sonora, visual y escénica, ratifica la envergadura del espectro de influencia de Madonna sobre sus sucesoras.
Rihanna, Britney Spears, Kylie Minogue, Katy Perry o Ariana Grande figuran entre su listado de intérpretes en directo.
‘Vogue’ sintetiza la magnitud de la figura de Madonna en tanto que estrella de la cultura popular: una exhibición de ingenio creativo, una demostración de exuberancia visual, una predilección excelsa por la estética y una voluntad políticamente disruptiva.
‘Vogue’ supuso un episodio crucial de la historia de la música de baile, un detonante para la dinamización del house y, en especial, el mayor acto de visibilización de la comunidad LGBTI+ que haya atestiguado jamás la industria del entretenimiento pop.